El tiempo todo lo alcanza, a la corto o a la larga
La concepción del tiempo ha ido variando a lo largo de la Historia, se ha interpretado y comprendido de muy variadas formas, en constantes avances y retrocesos.
En las primeras culturas, tal como enseñó Mircea Eliade, el gran investigador de las religiones y tradiciones antiguas, existĆa un tiempo cĆclico, marcado por ritos periódicos en relación con los procesos de siembra y cosecha, por los solsticios y ritmos significativos del sol y de determinados astros, por festividades religiosas periódicas, por celebraciones que emulaban el origen o fundación de su cultura. El tiempo, como medida, no tenĆa valor.
Para la mentalidad clÔsica todo fluye, todo estÔ en constante movimiento, nada en el Universo puede detenerse, todo vibra, todo camina, y el propio hombre como parte integrante de la naturaleza no puede sustraerse a participar de esa danza cósmica. De esta visión participaban tanto los egipcios como los griegos, pero la hallamos mucho antes expresada en la India milenaria.
EL TIEMPO EN LA ANTIGUA INDIA
Para el pensamiento hindĆŗ, el hombre estĆ” sometido a las leyes naturales, y por ello es un ser que se ve sometido a cambios rĆtmicos, a ciclos que le llevan a pasar por vaivenes y altibajos, tal como se suceden y renuevan las estaciones, tal como se repiten las etapas de las grandes lluvias y de sequĆa. En cada etapa, en cada ciclo individual e histórico, el hombre comprenderĆ” parte de su verdad.
La concepción hindú, que integra la idea de la reencarnación como necesidad de que el hombre se ponga a prueba y ejercite, a lo largo de innúmeras vidas y en diversas circunstancias y experiencias aquello que sueña, aquello que desea, hasta forjar en sà mismo una realidad mÔs profunda y evolucionada, pareciera que ve al hombre como quien se desplaza sobre los acontecimientos y civilizaciones, aunque en el fondo concibe al tiempo como algo que corre bajo sus pies, de modo que las experiencias que se suceden en esta vida o en varias sirven a la comprensión profunda de la conciencia imperecedera del hombre interior, aquel que somos mÔs allÔ de los ropajes que vamos adquiriendo en cada vida particular.
Para la mentalidad hindú, reflejo de una concepción filosófica oriental, mÔs allÔ de lo cambiante, mÔs allÔ de las edades (yugas) por las que atraviesa el hombre y las civilizaciones hay algo permanente, que es el verdadero ser; por lo tanto, lo cambiante estÔ sometido al paso del tiempo, al desgaste de las formas y de la materia, pero lo imperecedero, el ser interior en el hombre, estÔ anclado en un mundo eterno o mÔs bien atemporal.
EL TIEMPO PARA LA ANTIGUA GRECIA
SegĆŗn Platón «el tiempo es la imagen móvil de lo eterno», por lo tanto al expresarse en Ć©stos tĆ©rminos podemos entender que no lo concebĆa como una dimensión estĆ”tica y meramente objetiva. Platón recoge las ideas de otro gran iniciado, ParmĆ©nides, pues las fuentes de su formación fueron las mismas: las antiguas Escuelas de Misterios. Admiten ambos por lo tanto la existencia de la eternidad, aunque ella estĆ” en relación con el «ser» o la esencia de los seres y objetos, en tanto que «la apariencia» de los mismos estĆ” en relación con el mundo de lo «temporal». El ser pertenece al mundo de las ideas, en tanto que nosotros tan sólo captamos las apariencias de las cosas, su existencia en el mundo sensible o manifestado.
Platón y ParmĆ©nides creen en un mundo gradual, con mĆŗltiples niveles de plasmación o de realidad. El espĆritu precisa del cuerpo para manifestarse, pero ambos, como toda la sabidurĆa tradicional, dan mĆ”s realidad al espĆritu que al cuerpo, en contra de la visión actual, y entre ambos hay una gradación de niveles de comprensión, de conciencia, que ha de retornar al hombre a descubrir su esencia.
Pero si esto es asĆ, el tiempo como medida de lo cambiante tan sólo es necesario en el mundo de la existencia. Por ello Platón proponĆa un uso del dĆa equilibrado, en el que ademĆ”s del negocio no faltaban los placeres del alma, los «divinos ocios», en que el teatro, la pintura, la oratoria, la lectura, etc., es decir, la formación profunda del alma hallara su alimento diario. SegĆŗn Platón una cuarta parte del dĆa debiera ser destinada a dormir, una cuarta parte al trabajo, una cuarta parte a la comida, la higiene y similares menesteres, y una cuarta parte a los divinos ocios.
En el mundo de las esencias, de las Ideas, de lo inteligible, que tan sólo podemos atisbar con la inteligencia (que no es la mera razón) nada es cambiante, y por tanto no estÔ sujeto al paso del tiempo, allà tan sólo cabe una eternidad inimaginable para el nivel de nuestra conciencia actual.
Para Aristóteles (del cual puede decirse, sin restarle otros mĆ©ritos, que su mayor desacierto fue el irse apartando de las concepciones de su Maestro), el tiempo va ligado a la existencia de los cuerpos, y mide su movimiento desde un estado «anterior» a otro «posterior», tal vez porque le preocupaba mĆ”s definir el mundo de lo sensible que de lo inteligible. SegĆŗn su concepción, sin cuerpos en movimiento no habrĆa tiempo, pues el movimiento de los cuerpos permite comprender el paso sucesivo de un estado a otro, del pasado al presente, y de Ć©ste al futuro.
Pero la ambigüedad de las teorĆas de Aristóteles lejos de aportar un conocimiento no resuelve el problema del tiempo, sino que ofrece una nueva especulación, por eso es tan admirado en nuestra Ć©poca actual. Necesita medir el tiempo, y por lo tanto lo asocia a un nĆŗmero. Necesita dividirlo en unidades y por lo tanto habla de instantes. Necesita que alguien lo mida y por tanto estĆ” en relación a un alma que lo capta, y por ello aĆŗn estando ligado a un movimiento fĆsico, a un nĆŗmero, precisa de una captación psicológica del mismo, y por ello no acierta a definir si el tiempo es un ser o un no-ser. En el fondo se ve empujado a darle la razón a Platón ya que el tiempo es a la vez algo numĆ©rico y fijo y algo sensible y capaz de ser captado por un alma.
EL TIEMPO EN LA ANTIGUA ROMA
Los romanos dividĆan el tiempo en «ocio» y «negocio». Por una mala comprensión de su concepción vivimos inmersos en un mundo que todavĆa ve en el trabajo una maldición bĆblica, y aĆŗn el tiempo se desea para un uso prioritariamente lĆŗdico y festivo, pero perdemos de vista que el tiempo a la vez es la materia con que se teje la plasmación del ser interior. Tener tiempo no es tan sólo disponer de Ć©l para la holganza, para el ocio, sino disponer equilibradamente de Ć©l para la propia formación.
SegĆŗn expresa SĆ©neca, en su libro «De la brevedad de la Vida» (Tratados morales) aleccionando a aquellos que temen morir jóvenes, o se apegan demasiado a la vida, «el pasado» ya no es nuestro pues lo poseemos tan solo en el recuerdo; «el futuro» aĆŗn nos es desconocido, por lo tanto, «el presente» es lo Ćŗnico de lo que disponemos, pero Ć©ste es tan fugaz como un instante. Para este gran filósofo, el tiempo no tiene valor sino en cuanto se hace buen uso del mismo, y aquellos que se lamentan de la brevedad de la vida son los mismos que despilfarran su contenido en vaguedades.
Cicerón, siguiendo la mĆ”xima «tempus fugit» y la practicidad romana afirmaba que «cada momento es Ćŗnico», y asĆ el tiempo individual se engarza con un tiempo histórico, un tiempo colectivo que mide el paso y la plasmación de la humanidad en un determinado momento histórico. Para su concepción pragmĆ”tica e histórica el hombre tiene un destino concreto que descubrir y realizar para poder llegar a «ser», y si no alcanza a realizarlo «deja de ser», pues habrĆa desperdiciado su tiempo, su posibilidad histórica de plasmarse y dejar un legado para el porvenir. Su visión no es la de un mundo tan sólo individual, sino de realizaciones colectivas, y su concepción es la de un compromiso histórico que llevó al mundo romano a reunir culturas, religiones, idiomas, intereses, bajo un ideal comĆŗn.
La doctrina cristiana se apoyó en el aristotelismo relacionando el tiempo con el movimiento, y como todo movimiento tiene un final, quedó de este modo ligado el tiempo a la concepción del fin del mundo.
EL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA
Para la EscolĆ”stica cristiana desde el comienzo de la creación hasta el fin de los tiempos, con la nueva venida del MesĆas, el tiempo discurre como en una lĆnea recta, sin ciclo alguno, y los hombres viven en un tiempo terreno, no autónomo sino creado, pudiendo llegar algĆŗn dĆa a alcanzar la eternidad en la que se halla Dios. La eternidad es como un fondo estrellado, distante e inmóvil, pero alcanzable para el hombre que tiene fe. El tiempo lineal da un aliento de esperanza al creyente, pues al final de la larga escalera temporal Ć©sta siempre le llevarĆ” a la cĆŗspide de la merecida eternidad. Para la fe cristiana el hombre es un ser trascendente y la vida no es mĆ”s que un estar de paso.
Para San AgustĆn, en cambio, mĆ”s deudor de la corriente neoplatónica y de Plotino, el tiempo tiene una componente psicológica, «es la vida del alma» porque el pasado aĆŗn existe dado que podemos recordarlo; el futuro tambiĆ©n tiene cierta existencia pues podemos anticiparnos a lo que sucederĆ”, y el presente obviamente existe.
El tiempo dejó de ser algo objetivo o psicológico para ser marcado por los ritos, los rezos y las festividades eclesiĆ”sticas que, continuando lo que se habĆa hecho en la antigüedad creaban un ritmo cĆclico que se repetĆa cada aƱo, acercando la conciencia en una espiral creciente hacia una captación trascendente. AsĆ la idea de un tiempo lineal en lo teórico dio paso, en la prĆ”ctica, a un tiempo cĆclico que se repite eternamente tal como concebĆan las culturas milenarias y ancestrales.
EL TIEMPO EN EL MUNDO MODERNO
A partir de aquĆ, en cambio, tras la aparición del reloj mecĆ”nico en el siglo XIV y los primeros pasos cientĆficos en el siglo XV, desaparece una visión subjetiva del tiempo, y es a partir de Galileo y Newton cuando la mecĆ”nica clĆ”sica lo concebirĆ” como un valor matemĆ”tico, como algo fijo, absoluto y medible, que puede conocerse por experimentos, cuya realidad no precisa relacionarse ya con el movimiento para ser medida, y que existe desde el fondo de los tiempos hasta la eternidad, como algo ilimitado e inamovible, constante como un tic-tac que no pudiera parar.
Ya en el mundo moderno, E. Kant afirma que el tiempo no tiene una realidad fuera de nuestra mente, nosotros somos los que ordenamos nuestras percepciones del espacio y de los objetos según una sucesión temporal propia y subjetiva, que ya existe a priori en nosotros, y que no comprendemos por experimentos o por la experiencia, sino que es una intuición pura previa a la sensibilidad que capta el entorno. Del mismo modo que comprendemos lo que estÔ arriba o abajo, relacionamos los acontecimientos en un antes y un después de modo natural.
Para Hegel, como idealista, el tiempo ya no se considera como un valor ni un marco fijo e inamovible, sino como un camino a travĆ©s de lo temporal, un devenir que percibe la propia conciencia del hombre y de las civilizaciones para ir acercĆ”ndose a plasmar la Idea, el EspĆritu.
Tal como ya hiciera Cicerón, en contra de las corrientes positivistas que niegan un valor real al ser humano para considerarlo como masa, aparece una nueva revalorización del tiempo personal como imbricado en una realidad histórica; asĆ, filósofos como Hegel, y otros mĆ”s recientes como Ortega y Gasset, Spengler, Toynbee y Dilthey, han relacionado el «tiempo individual» con un «tiempo colectivo», han anudado el tiempo a la concepción de la historia, recalcando que el hombre en lo colectivo es un ser histórico que no puede vivir de espaldas a su Ć©poca. Han profundizado en la necesidad de una conciencia histórica del hombre, pues veĆan en la Historia las huellas que deja en la arena del tiempo ese gran ser vivo que es la Humanidad de camino hacia su propia realización. Han concebido una Historia como experiencia acumulada para lograr unos frutos y plasmar el mejor de los destinos posibles, a la manera ciceroniana. El tiempo colectivo se medirĆa asĆ por la plasmación conjunta de culturas y civilizaciones, eterna lucha cĆclica, espiralada, plagada de altibajos en pos de una conquista global de valores y vivencias humanas.
Fue Toynbee quien, –demostrando que la historia es cĆclica, que la humanidad ha visto sucesivas culturas que han pasado por etapas similares de esplendor o por reiterados medioevos, y que las formas gastadas parecen retornar con fuerza, con el empuje de lo novedoso pasados unos aƱos,– preparó la idea desarrollada por Mircea Eliade de que el tiempo estĆ” sometido a un «eterno retorno».
EL TIEMPO EN EL MUNDO CONTEMPORĆNEO
Llegados a nuestra Ć©poca contemporĆ”nea, y como Ćŗnico fruto posible de un mundo frĆo y mecĆ”nico, las ideas sobre el tiempo pasan por personajes como Heidegger y su postura de que el tiempo del hombre es limitado, pues «es un ser para la muerte», un ser temporal. Para Ć©l, el tiempo no es como un fondo fijo y preexistente, sino algo que concibe el propio ser por el carĆ”cter de temporalidad que tiene, pues su mayor posibilidad es la muerte.
Pero es el filósofo francĆ©s Henri Bergson quien planteó claramente la subjetividad del tiempo, dando un salto cualitativo en las concepciones anteriores. Para Ć©l, hay un tiempo uniforme, objetivo y continuo, del que podemos medir su duración mediante los relojes, y hay un tiempo autĆ©ntico -el Ćŗnico verdadero-, que tiene una «duración real» que conforma la propia vida interior.
Frente a la mentalidad positivista que cree tan sólo vÔlido lo que puede ser mensurable, y que estructura los campos del saber en torno a una visión experimental, excesivamente materialista y determinista, en la que la ciencia adopta el papel de tabú, Bergson contrapone su visión de un tiempo no externo, no falseado, que mide la vida interior de la conciencia. Para las ciencias, el tiempo (t )es una magnitud concreta de valor positivo o negativo (+t ó -t) pero el tiempo que comprende nuestra intuición no es estÔtico sino dinÔmico, no señalado por magnitudes fijas, sino mÔs cualitativo que cuantitativo, no determinado sino fruto de nuestra libertad de sentir.
Pero la verdadera revolución en las concepciones sobre el tiempo se debe a la genialidad de Albert Einstein, al introducir su concepto del espacio-tiempo.
A partir de Einstein y su teorĆa de la Relatividad general, el tiempo ya no es una magnitud absoluta sino relativa que varĆa en función de quiĆ©n y bajo quĆ© circunstancias se mida. No es tan sólo que la percepción subjetiva que tenemos de la duración de un acontecimiento sea variable, sino que como magnitud fĆsica el tiempo es variable, estĆ” tambiĆ©n en función del sujeto que la experimenta, dependiendo de la velocidad a la que se mueve, y en relación con la masa de los objetos, de la posición estĆ”tica o en movimiento de quien lo mide, de su posición cercana a una masa gravitatoria o alejada de ella, y en todos estos casos precisos relojes marcarĆ”n desfases constatable, aĆŗn siendo pequeƱĆsimas fracciones de segundo.
AsĆ, son hechos ya constatados que el tiempo transcurre mĆ”s lentamente si se mide cerca de una gran masa gravitatoria (en un rascacielos los relojes situados en la planta baja van mĆ”s lentos que los situados en las Ćŗltimas plantas). El tiempo a grandes velocidades (próximas a la de la luz) tambiĆ©n se ralentiza. Einstein terminó con la concepción de un tiempo absoluto.
La ciencia contemporĆ”nea comenzó entonces a trabajar con dimensiones mĆ”s allĆ” de nuestro espacio fĆsico. Se comenzó a hablar de hiperespacios con decenas de dimensiones y a calcular matemĆ”ticamente sus intrincadas ecuaciones, que permitĆan desarrollos de las propiedades fĆsicas existentes en ellos, aunque no siempre fueran fĆ”ciles de comprender sus resultados, por la dificultad de imaginarlos.
La concepción del mundo se hizo mĆ”s holĆstica, como apuntaba Fritjof Capra e Ilia Prigogine, y las ciencias exactas se acercaron a las humanidades.
CientĆficos como Roger Penrose y Stephen Hawking desarrollaron las ideas bĆ”sicas de Einstein, y asĆ se comenzó a hablar de los agujeros negros como de posibles puertas hacia otras formas de materia o de antimateria, si se pudiera salir vivo de su trĆ”nsito. Se investigaron las concepciones de Einstein y Rosen sobre la posible existencia de puentes entre puntos distantes de nuestro universo, como agujeros de gusano, que podrĆan ser tambiĆ©n pasos hacia otros universos paralelos, hacia otros mundos ya fueran simultĆ”neos o regidos por otras medidas de tiempo, y se investigaron los posibles puentes hacia otras dimensiones no tan sólo fĆsicas sino concienciales.
Cuando Gamow lanzó la idea del origen del universo a partir de una primera explosión, del big-bang, se planteó también la idea de que todos los acontecimientos anteriores a él no pueden tener relación con nuestro espacio-tiempo. El tiempo comienza para nosotros en el momento en que sucede el big-bang, hace unos 15.000 millones de años, y a partir de ahà el universo comenzó a expandirse y a existir.
¿QuĆ© hubo antes de ese inicio? Tal como afirma S.Hawking, poco podemos decir de lo que ocurrió antes, o en el mismo momento en que comenzó nuestro tiempo, pues antes de esa singularidad, en que el universo era como una masa muy densa y caliente, el concepto de tiempo no tiene sentido para nosotros.
En las primeras culturas, tal como enseñó Mircea Eliade, el gran investigador de las religiones y tradiciones antiguas, existĆa un tiempo cĆclico, marcado por ritos periódicos en relación con los procesos de siembra y cosecha, por los solsticios y ritmos significativos del sol y de determinados astros, por festividades religiosas periódicas, por celebraciones que emulaban el origen o fundación de su cultura. El tiempo, como medida, no tenĆa valor.
Para la mentalidad clÔsica todo fluye, todo estÔ en constante movimiento, nada en el Universo puede detenerse, todo vibra, todo camina, y el propio hombre como parte integrante de la naturaleza no puede sustraerse a participar de esa danza cósmica. De esta visión participaban tanto los egipcios como los griegos, pero la hallamos mucho antes expresada en la India milenaria.
EL TIEMPO EN LA ANTIGUA INDIA
Para el pensamiento hindĆŗ, el hombre estĆ” sometido a las leyes naturales, y por ello es un ser que se ve sometido a cambios rĆtmicos, a ciclos que le llevan a pasar por vaivenes y altibajos, tal como se suceden y renuevan las estaciones, tal como se repiten las etapas de las grandes lluvias y de sequĆa. En cada etapa, en cada ciclo individual e histórico, el hombre comprenderĆ” parte de su verdad.
La concepción hindú, que integra la idea de la reencarnación como necesidad de que el hombre se ponga a prueba y ejercite, a lo largo de innúmeras vidas y en diversas circunstancias y experiencias aquello que sueña, aquello que desea, hasta forjar en sà mismo una realidad mÔs profunda y evolucionada, pareciera que ve al hombre como quien se desplaza sobre los acontecimientos y civilizaciones, aunque en el fondo concibe al tiempo como algo que corre bajo sus pies, de modo que las experiencias que se suceden en esta vida o en varias sirven a la comprensión profunda de la conciencia imperecedera del hombre interior, aquel que somos mÔs allÔ de los ropajes que vamos adquiriendo en cada vida particular.
Para la mentalidad hindú, reflejo de una concepción filosófica oriental, mÔs allÔ de lo cambiante, mÔs allÔ de las edades (yugas) por las que atraviesa el hombre y las civilizaciones hay algo permanente, que es el verdadero ser; por lo tanto, lo cambiante estÔ sometido al paso del tiempo, al desgaste de las formas y de la materia, pero lo imperecedero, el ser interior en el hombre, estÔ anclado en un mundo eterno o mÔs bien atemporal.
EL TIEMPO PARA LA ANTIGUA GRECIA
SegĆŗn Platón «el tiempo es la imagen móvil de lo eterno», por lo tanto al expresarse en Ć©stos tĆ©rminos podemos entender que no lo concebĆa como una dimensión estĆ”tica y meramente objetiva. Platón recoge las ideas de otro gran iniciado, ParmĆ©nides, pues las fuentes de su formación fueron las mismas: las antiguas Escuelas de Misterios. Admiten ambos por lo tanto la existencia de la eternidad, aunque ella estĆ” en relación con el «ser» o la esencia de los seres y objetos, en tanto que «la apariencia» de los mismos estĆ” en relación con el mundo de lo «temporal». El ser pertenece al mundo de las ideas, en tanto que nosotros tan sólo captamos las apariencias de las cosas, su existencia en el mundo sensible o manifestado.
Platón y ParmĆ©nides creen en un mundo gradual, con mĆŗltiples niveles de plasmación o de realidad. El espĆritu precisa del cuerpo para manifestarse, pero ambos, como toda la sabidurĆa tradicional, dan mĆ”s realidad al espĆritu que al cuerpo, en contra de la visión actual, y entre ambos hay una gradación de niveles de comprensión, de conciencia, que ha de retornar al hombre a descubrir su esencia.
Pero si esto es asĆ, el tiempo como medida de lo cambiante tan sólo es necesario en el mundo de la existencia. Por ello Platón proponĆa un uso del dĆa equilibrado, en el que ademĆ”s del negocio no faltaban los placeres del alma, los «divinos ocios», en que el teatro, la pintura, la oratoria, la lectura, etc., es decir, la formación profunda del alma hallara su alimento diario. SegĆŗn Platón una cuarta parte del dĆa debiera ser destinada a dormir, una cuarta parte al trabajo, una cuarta parte a la comida, la higiene y similares menesteres, y una cuarta parte a los divinos ocios.
En el mundo de las esencias, de las Ideas, de lo inteligible, que tan sólo podemos atisbar con la inteligencia (que no es la mera razón) nada es cambiante, y por tanto no estÔ sujeto al paso del tiempo, allà tan sólo cabe una eternidad inimaginable para el nivel de nuestra conciencia actual.
Para Aristóteles (del cual puede decirse, sin restarle otros mĆ©ritos, que su mayor desacierto fue el irse apartando de las concepciones de su Maestro), el tiempo va ligado a la existencia de los cuerpos, y mide su movimiento desde un estado «anterior» a otro «posterior», tal vez porque le preocupaba mĆ”s definir el mundo de lo sensible que de lo inteligible. SegĆŗn su concepción, sin cuerpos en movimiento no habrĆa tiempo, pues el movimiento de los cuerpos permite comprender el paso sucesivo de un estado a otro, del pasado al presente, y de Ć©ste al futuro.
Pero la ambigüedad de las teorĆas de Aristóteles lejos de aportar un conocimiento no resuelve el problema del tiempo, sino que ofrece una nueva especulación, por eso es tan admirado en nuestra Ć©poca actual. Necesita medir el tiempo, y por lo tanto lo asocia a un nĆŗmero. Necesita dividirlo en unidades y por lo tanto habla de instantes. Necesita que alguien lo mida y por tanto estĆ” en relación a un alma que lo capta, y por ello aĆŗn estando ligado a un movimiento fĆsico, a un nĆŗmero, precisa de una captación psicológica del mismo, y por ello no acierta a definir si el tiempo es un ser o un no-ser. En el fondo se ve empujado a darle la razón a Platón ya que el tiempo es a la vez algo numĆ©rico y fijo y algo sensible y capaz de ser captado por un alma.
EL TIEMPO EN LA ANTIGUA ROMA
Los romanos dividĆan el tiempo en «ocio» y «negocio». Por una mala comprensión de su concepción vivimos inmersos en un mundo que todavĆa ve en el trabajo una maldición bĆblica, y aĆŗn el tiempo se desea para un uso prioritariamente lĆŗdico y festivo, pero perdemos de vista que el tiempo a la vez es la materia con que se teje la plasmación del ser interior. Tener tiempo no es tan sólo disponer de Ć©l para la holganza, para el ocio, sino disponer equilibradamente de Ć©l para la propia formación.
SegĆŗn expresa SĆ©neca, en su libro «De la brevedad de la Vida» (Tratados morales) aleccionando a aquellos que temen morir jóvenes, o se apegan demasiado a la vida, «el pasado» ya no es nuestro pues lo poseemos tan solo en el recuerdo; «el futuro» aĆŗn nos es desconocido, por lo tanto, «el presente» es lo Ćŗnico de lo que disponemos, pero Ć©ste es tan fugaz como un instante. Para este gran filósofo, el tiempo no tiene valor sino en cuanto se hace buen uso del mismo, y aquellos que se lamentan de la brevedad de la vida son los mismos que despilfarran su contenido en vaguedades.
Cicerón, siguiendo la mĆ”xima «tempus fugit» y la practicidad romana afirmaba que «cada momento es Ćŗnico», y asĆ el tiempo individual se engarza con un tiempo histórico, un tiempo colectivo que mide el paso y la plasmación de la humanidad en un determinado momento histórico. Para su concepción pragmĆ”tica e histórica el hombre tiene un destino concreto que descubrir y realizar para poder llegar a «ser», y si no alcanza a realizarlo «deja de ser», pues habrĆa desperdiciado su tiempo, su posibilidad histórica de plasmarse y dejar un legado para el porvenir. Su visión no es la de un mundo tan sólo individual, sino de realizaciones colectivas, y su concepción es la de un compromiso histórico que llevó al mundo romano a reunir culturas, religiones, idiomas, intereses, bajo un ideal comĆŗn.
La doctrina cristiana se apoyó en el aristotelismo relacionando el tiempo con el movimiento, y como todo movimiento tiene un final, quedó de este modo ligado el tiempo a la concepción del fin del mundo.
EL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA
Para la EscolĆ”stica cristiana desde el comienzo de la creación hasta el fin de los tiempos, con la nueva venida del MesĆas, el tiempo discurre como en una lĆnea recta, sin ciclo alguno, y los hombres viven en un tiempo terreno, no autónomo sino creado, pudiendo llegar algĆŗn dĆa a alcanzar la eternidad en la que se halla Dios. La eternidad es como un fondo estrellado, distante e inmóvil, pero alcanzable para el hombre que tiene fe. El tiempo lineal da un aliento de esperanza al creyente, pues al final de la larga escalera temporal Ć©sta siempre le llevarĆ” a la cĆŗspide de la merecida eternidad. Para la fe cristiana el hombre es un ser trascendente y la vida no es mĆ”s que un estar de paso.
Para San AgustĆn, en cambio, mĆ”s deudor de la corriente neoplatónica y de Plotino, el tiempo tiene una componente psicológica, «es la vida del alma» porque el pasado aĆŗn existe dado que podemos recordarlo; el futuro tambiĆ©n tiene cierta existencia pues podemos anticiparnos a lo que sucederĆ”, y el presente obviamente existe.
El tiempo dejó de ser algo objetivo o psicológico para ser marcado por los ritos, los rezos y las festividades eclesiĆ”sticas que, continuando lo que se habĆa hecho en la antigüedad creaban un ritmo cĆclico que se repetĆa cada aƱo, acercando la conciencia en una espiral creciente hacia una captación trascendente. AsĆ la idea de un tiempo lineal en lo teórico dio paso, en la prĆ”ctica, a un tiempo cĆclico que se repite eternamente tal como concebĆan las culturas milenarias y ancestrales.
EL TIEMPO EN EL MUNDO MODERNO
A partir de aquĆ, en cambio, tras la aparición del reloj mecĆ”nico en el siglo XIV y los primeros pasos cientĆficos en el siglo XV, desaparece una visión subjetiva del tiempo, y es a partir de Galileo y Newton cuando la mecĆ”nica clĆ”sica lo concebirĆ” como un valor matemĆ”tico, como algo fijo, absoluto y medible, que puede conocerse por experimentos, cuya realidad no precisa relacionarse ya con el movimiento para ser medida, y que existe desde el fondo de los tiempos hasta la eternidad, como algo ilimitado e inamovible, constante como un tic-tac que no pudiera parar.
Ya en el mundo moderno, E. Kant afirma que el tiempo no tiene una realidad fuera de nuestra mente, nosotros somos los que ordenamos nuestras percepciones del espacio y de los objetos según una sucesión temporal propia y subjetiva, que ya existe a priori en nosotros, y que no comprendemos por experimentos o por la experiencia, sino que es una intuición pura previa a la sensibilidad que capta el entorno. Del mismo modo que comprendemos lo que estÔ arriba o abajo, relacionamos los acontecimientos en un antes y un después de modo natural.
Para Hegel, como idealista, el tiempo ya no se considera como un valor ni un marco fijo e inamovible, sino como un camino a travĆ©s de lo temporal, un devenir que percibe la propia conciencia del hombre y de las civilizaciones para ir acercĆ”ndose a plasmar la Idea, el EspĆritu.
Tal como ya hiciera Cicerón, en contra de las corrientes positivistas que niegan un valor real al ser humano para considerarlo como masa, aparece una nueva revalorización del tiempo personal como imbricado en una realidad histórica; asĆ, filósofos como Hegel, y otros mĆ”s recientes como Ortega y Gasset, Spengler, Toynbee y Dilthey, han relacionado el «tiempo individual» con un «tiempo colectivo», han anudado el tiempo a la concepción de la historia, recalcando que el hombre en lo colectivo es un ser histórico que no puede vivir de espaldas a su Ć©poca. Han profundizado en la necesidad de una conciencia histórica del hombre, pues veĆan en la Historia las huellas que deja en la arena del tiempo ese gran ser vivo que es la Humanidad de camino hacia su propia realización. Han concebido una Historia como experiencia acumulada para lograr unos frutos y plasmar el mejor de los destinos posibles, a la manera ciceroniana. El tiempo colectivo se medirĆa asĆ por la plasmación conjunta de culturas y civilizaciones, eterna lucha cĆclica, espiralada, plagada de altibajos en pos de una conquista global de valores y vivencias humanas.
Fue Toynbee quien, –demostrando que la historia es cĆclica, que la humanidad ha visto sucesivas culturas que han pasado por etapas similares de esplendor o por reiterados medioevos, y que las formas gastadas parecen retornar con fuerza, con el empuje de lo novedoso pasados unos aƱos,– preparó la idea desarrollada por Mircea Eliade de que el tiempo estĆ” sometido a un «eterno retorno».
EL TIEMPO EN EL MUNDO CONTEMPORĆNEO
Llegados a nuestra Ć©poca contemporĆ”nea, y como Ćŗnico fruto posible de un mundo frĆo y mecĆ”nico, las ideas sobre el tiempo pasan por personajes como Heidegger y su postura de que el tiempo del hombre es limitado, pues «es un ser para la muerte», un ser temporal. Para Ć©l, el tiempo no es como un fondo fijo y preexistente, sino algo que concibe el propio ser por el carĆ”cter de temporalidad que tiene, pues su mayor posibilidad es la muerte.
Pero es el filósofo francĆ©s Henri Bergson quien planteó claramente la subjetividad del tiempo, dando un salto cualitativo en las concepciones anteriores. Para Ć©l, hay un tiempo uniforme, objetivo y continuo, del que podemos medir su duración mediante los relojes, y hay un tiempo autĆ©ntico -el Ćŗnico verdadero-, que tiene una «duración real» que conforma la propia vida interior.
Frente a la mentalidad positivista que cree tan sólo vÔlido lo que puede ser mensurable, y que estructura los campos del saber en torno a una visión experimental, excesivamente materialista y determinista, en la que la ciencia adopta el papel de tabú, Bergson contrapone su visión de un tiempo no externo, no falseado, que mide la vida interior de la conciencia. Para las ciencias, el tiempo (t )es una magnitud concreta de valor positivo o negativo (+t ó -t) pero el tiempo que comprende nuestra intuición no es estÔtico sino dinÔmico, no señalado por magnitudes fijas, sino mÔs cualitativo que cuantitativo, no determinado sino fruto de nuestra libertad de sentir.
Pero la verdadera revolución en las concepciones sobre el tiempo se debe a la genialidad de Albert Einstein, al introducir su concepto del espacio-tiempo.
A partir de Einstein y su teorĆa de la Relatividad general, el tiempo ya no es una magnitud absoluta sino relativa que varĆa en función de quiĆ©n y bajo quĆ© circunstancias se mida. No es tan sólo que la percepción subjetiva que tenemos de la duración de un acontecimiento sea variable, sino que como magnitud fĆsica el tiempo es variable, estĆ” tambiĆ©n en función del sujeto que la experimenta, dependiendo de la velocidad a la que se mueve, y en relación con la masa de los objetos, de la posición estĆ”tica o en movimiento de quien lo mide, de su posición cercana a una masa gravitatoria o alejada de ella, y en todos estos casos precisos relojes marcarĆ”n desfases constatable, aĆŗn siendo pequeƱĆsimas fracciones de segundo.
AsĆ, son hechos ya constatados que el tiempo transcurre mĆ”s lentamente si se mide cerca de una gran masa gravitatoria (en un rascacielos los relojes situados en la planta baja van mĆ”s lentos que los situados en las Ćŗltimas plantas). El tiempo a grandes velocidades (próximas a la de la luz) tambiĆ©n se ralentiza. Einstein terminó con la concepción de un tiempo absoluto.
La ciencia contemporĆ”nea comenzó entonces a trabajar con dimensiones mĆ”s allĆ” de nuestro espacio fĆsico. Se comenzó a hablar de hiperespacios con decenas de dimensiones y a calcular matemĆ”ticamente sus intrincadas ecuaciones, que permitĆan desarrollos de las propiedades fĆsicas existentes en ellos, aunque no siempre fueran fĆ”ciles de comprender sus resultados, por la dificultad de imaginarlos.
La concepción del mundo se hizo mĆ”s holĆstica, como apuntaba Fritjof Capra e Ilia Prigogine, y las ciencias exactas se acercaron a las humanidades.
CientĆficos como Roger Penrose y Stephen Hawking desarrollaron las ideas bĆ”sicas de Einstein, y asĆ se comenzó a hablar de los agujeros negros como de posibles puertas hacia otras formas de materia o de antimateria, si se pudiera salir vivo de su trĆ”nsito. Se investigaron las concepciones de Einstein y Rosen sobre la posible existencia de puentes entre puntos distantes de nuestro universo, como agujeros de gusano, que podrĆan ser tambiĆ©n pasos hacia otros universos paralelos, hacia otros mundos ya fueran simultĆ”neos o regidos por otras medidas de tiempo, y se investigaron los posibles puentes hacia otras dimensiones no tan sólo fĆsicas sino concienciales.
Cuando Gamow lanzó la idea del origen del universo a partir de una primera explosión, del big-bang, se planteó también la idea de que todos los acontecimientos anteriores a él no pueden tener relación con nuestro espacio-tiempo. El tiempo comienza para nosotros en el momento en que sucede el big-bang, hace unos 15.000 millones de años, y a partir de ahà el universo comenzó a expandirse y a existir.
¿QuĆ© hubo antes de ese inicio? Tal como afirma S.Hawking, poco podemos decir de lo que ocurrió antes, o en el mismo momento en que comenzó nuestro tiempo, pues antes de esa singularidad, en que el universo era como una masa muy densa y caliente, el concepto de tiempo no tiene sentido para nosotros.
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